Según los datos de la Organización Mundial de la Salud, el 5% de la población mundial (unos 360 millones de personas) padecen pérdida auditiva incapacitante, un problema crónico que puede presentarse en todas las edades (328 millones de adultos y 32 millones de niños) y en todos los segmentos de la población. Se trata de cifras altas, pero la buena noticia es que aproximadamente la mitad de los casos podrían evitarse a través de la prevención primaria.
La pérdida auditiva puede deberse a diversos factores: sobre algunos de ellos, como los genéticos, no podemos actuar, pero sí sobre otros como la sobreexposición a ruidos fuertes por períodos largos o cortos de tiempo. La pérdida auditiva puede ser hereditaria, puede producirse por una enfermedad (en los niños es muy frecuente que ocurra debido a la otitis crónica), por la exposición al ruido o por el uso de determinados medicamentos.
¿Son iguales todas las pérdidas auditivas?
En absoluto: podemos distinguir diferentes tipos de pérdidas auditivas en base a su origen o al grado de afección que sufrimos, que no tiene por qué ser el mismo en todos los casos y que puede cambiar con el paso del tiempo.
La sordera es una afección en la que se produce una pérdida auditiva que altera nuestra capacidad para la recepción y comprensión del medio ambiente y del lenguaje oral. Las personas que padecen sordera solamente son capaces de oír ruidos muy fuertes como los de los motores de las motos o las taladradoras.
La hipoacusia, por otro lado, es una pérdida parcial de la capacidad auditiva que puede ser leve, moderada o profunda, y también unilateral o bilateral en función de si afecta a un solo oído o a los dos, pero que no compromete a nuestra comunicación. En los casos de hipoacusia se pueden utilizar auxiliares auditivos que nos permiten recuperar entre el 20 y el 30% de nuestra audición.
¿Cómo podemos prevenir la pérdida auditiva?
La prevención es la regla número uno en los casos de pérdida auditiva debida al ruido, un problema que solamente en Estados Unidos afecta a 26 millones de personas entre 20 y 69 años. En estos casos la pérdida auditiva se pudo producir por una exposición al ruido tanto en el trabajo como en actividades recreativas.
Este tipo de pérdida de audición inducida por el ruido es el único tipo totalmente prevenible. Evitar las fuentes de ruidos fuertes como la música a todo volumen en los auriculares, la maquinaria ruidosa, las pequeñas explosiones como las de los petardos o incluso otras fuentes que podemos encontrar en nuestro día a día como el tráfico de la ciudad, sería el primer paso para proteger nuestra audición. En caso de no poder evitar estos ruidos porque se encuentren, por ejemplo, en nuestro lugar de trabajo (si trabajamos con maquinaria pesada y ruidosa) una buena idea es proteger nuestros oídos con tapones o con cascos especialmente diseñados para ello.
En el caso de las personas mayores, la exposición larga a ruidos de altos decibelios (por encima de 75 decibelios podemos considerarlo ya como un ruido dañino) combinada con el envejecimiento puede dar lugar al empeoramiento de la audición. Es importante prevenir esta pérdida auditiva porque puede afectar a aspectos sociales y emocionales de las personas que lo sufren, empeorando la calidad de vida en adultos mayores: una mayor complicación en la relación con el entorno puede llevarnos a un mayor nivel de soledad y frustración.
Si hablamos de los jóvenes, sobre todo en el caso de los niños, la pérdida auditiva puede llevar al empeoramiento de los resultados académicos y a la aparición de otras conductas perjudiciales como el aislamiento social. Alejar y proteger a los niños de los ruidos fuertes, sobre todo cuando se encuentran en edad de desarrollo, y enseñarles conductas responsables (escuchar la televisión o la música a un volumen moderado) pueden prevenir la pérdida auditiva durante su vida adulta.
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