El herpes zóster es una enfermedad causada por el mismo virus que provoca la varicela, ya que una vez que se contrae la varicela, el organismo no elimina el virus por completo. Este permanece aletargado en los ganglios del organismo hasta que repunta por diversos motivos que, sin bien no están del todo definidos, tienen que ver con el debilitamiento del sistema inmunológico, bien por el consumo de ciertos medicamentos, bien por enfermedades o situaciones que comprometen nuestras defensas naturales.
El herpes zóster puede presentarse a cualquier edad, pero es mucho más frecuente en pacientes mayores de 60 años. No obstante, para padecerlo es necesario haber estado previamente en contacto con el virus y haber pasado la varicela.
Síntomas del herpes zóster
Esta enfermedad viral suele iniciarse con febrícula, cansancio y dolor en alguna zona de la piel que, además, experimenta enrojecimiento y picor. Posteriormente, en esta área salen unas pequeñas ampollas llenas de líquido amarillento en las que se encuentra el virus. En esta fase la enfermedad es muy contagiosa, por lo que hay que extremar las precauciones para no romper las vesículas al rascarse, lavarse o rozarse con la ropa. Estas ampollas suelen distribuirse describiendo la línea de los nervios bajo la piel del tronco, los muslos o la zona de los ojos; por ese motivo, el herpes zóster también recibe el nombre de culebrilla o culebrina.
Aunque no siempre, algunos pacientes pueden experimentar malestar de estómago, fiebre, dolor de cabeza, inflamación de los ganglios linfáticos y dolores musculares similares a los de una gripe.
Tratamiento del herpes zóster
Al cabo de una semana o diez días, las ampollas van secándose y forman unas costras que tienden a caer por sí solas sin dejar apenas cicatriz. En el plazo aproximado de un mes, y si se tiene cuidado de no exponer la piel al sol, el rastro de las lesiones es prácticamente imperceptible. El paciente afectado no puede contagiar antes de que se formen las ampollas, ni una vez que se secan y aparecen las costras.
Por regla general, el paciente no necesita tratamiento específico frente al herpes zóster, salvo analgésicos para mitigar el dolor. Algunos pacientes pueden requerir antipiréticos para bajar la fiebre y antivirales, aunque estos únicamente son eficaces si el tratamiento comienza en las primeras 72 horas desde que se aprecian las ampollas.
Para mitigar el picor, el paciente puede aplicar compresas frías sobre las lesiones y lavar el área de los sarpullidos con agua y jabón neutro secando muy bien la zona posteriormente y dejándola al aire para eliminar cualquier resto de humedad y favorecer que las lesiones vayan desapareciendo. El agua de avena o las lociones de calamina también tienen un efecto.
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