Según las estadísticas, España es el país en el que la gente más se baña o se ducha. Algunos llegan a hacerlo hasta dos y tres veces diarias… y no solo eso; más de la mitad de la población se pasa bajo el chorro del agua caliente entre 15 y 20 minutos cada vez que se da una ducha. La mayoría de los dermatólogos, sin embargo, advierten de que la sobrehigiene puede ser perjudicial para la piel.
La piel de nuestro cuerpo está recubierta por un manto lipídico que sirve para mantenerla hidratada, flexible y nutrida. Además, la piel ejerce de barrera protectora frente a hongos, bacterias y microorganismos patógenos. El uso continuado de agua caliente, jabones, geles y su aplicación mediante esponjas duras, guantes de crin… destruye esta barrera natural y con ello desaparece la protección que nos confiere, algo que incrementa la incidencia de sequedad cutánea, irritaciones de la piel, dermatitis atópica, descamaciones, tirantez o picores.
Los expertos afirman que aunque hay pautas higiénicas que hay que observar a diario, en realidad no es necesario ducharse más que en días alternos, aunque lógicamente este comportamiento debe adaptarse a circunstancias concretas como el nivel de actividad física, sudoración, edad, práctica de deportes… asimismo, refieren que, en ocasiones, el exceso de higiene es casi tan problemático como la falta de ella.
Cómo debe ser la higiene corporal
- Cada día, hay que lavarse a conciencia (que no agresivamente) las axilas, los genitales y los pies. Estas zonas se ensucian con mayor facilidad y segregan más cantidad de sudor. Limpiarlas con un gel o un jabón neutro que respete el pH de la piel y una esponja suave es suficiente para asegurar la higiene completa. El resto de la ducha puede terminarse solo con agua y como máximo una vez al día. En cualquier caso, lavar estas zonas por partes es suficiente para ir bien aseado y permite espaciar la ducha a dos, tres o cuatro veces por semana.
- El agua no debe estar demasiado fría para que el momento sea confortable, pero tampoco demasiado caliente, ya que si la temperatura del agua es muy elevada los aceites naturales de la piel se destruyen con mayor facilidad, lo que incrementa la sequedad de la piel, la tirantez y los picores. En algunos casos, puede llegar a desarrollarse piel atópica.
- Hay que enjuagarse bien para retirar los restos de jabón, tanto del cuerpo como del pelo.
- Para secarse, hay que usar una toalla suave sin frotar ni restregar. Basta con envolverse en ella o secarse dando pequeños toques sobre el cuerpo. Es necesario ser concienzudo a la hora de secar ciertas zonas como las ingles, las axilas, entre los dedos… y en general los pliegues de la piel en los que pueda acumularse humedad. Esta pauta evita irritaciones de la piel y la proliferación de hongos.
- Después de la ducha, hay que aplicar una crema, aceite o loción hidratante que contribuya a mantener el manto lipídico y a restablecer lo que haya podido perderse durante el baño o la ducha.
- Si por diversas circunstancias (tener un trabajo muy exigente físicamente, hacer deporte…) es necesario pasar por la ducha más de una vez al día, es recomendable acortar el tiempo de estas duchas, prestar especial atención a la temperatura del agua y enjabonar únicamente las zonas con más sudoración, cuidando de hidratar correctamente la piel después de secarse.
Hay que tener en cuenta que la ducha no solamente es un método de higiene. También contribuye a la relajación, sirve para refrescarse en días calurosos o representa un ritual para activarse cada mañana. En esos casos, los dermatólogos insisten en que el problema no es tanto el agua como el abuso del jabón. Por eso recuerdan que si el objetivo de la ducha es relajarse, tonificarse o aliviar el calor, no es necesario enjabonarse ni permanecer demasiado tiempo bajo el chorro de agua.
Mercedes
Mónica
Cristina