El glaucoma es una enfermedad visual caracterizada por el aumento de la presión intraocular cuando el humor acuoso, el líquido incoloro que nutre y lubrica la córnea y el cristalino, no se evacua fuera del ojo de manera adecuada debido a alguna anomalía en los tejidos encargados de drenar el fluido.
El problema de la acumulación de líquido en el interior del globo ocular es que si no se diagnostica y se trata a tiempo puede acabar lesionando el nervio óptico, en cuyo caso se produce una pérdida de visión que resulta irreversible. No obstante, aunque no es posible restablecer la visión perdida, existen tratamientos seguros y eficaces contra el glaucoma, enfermedad que, por otra parte, puede afectar a uno o a los dos ojos.
Normalmente, se asocia el glaucoma a la edad adulta, pero lo cierto es que esta enfermedad también puede manifestarse en la infancia. De esta forma, si el glaucoma se diagnostica antes de los tres años de edad, hablamos de glaucoma infantil, glaucoma congénito (presente al nacer) o glaucoma del lactante. En cualquier caso, esta creencia de que el glaucoma únicamente se da en personas adultas hace que los síntomas pasen más desapercibidos y el diagnóstico se retrase, algo que resulta muy perjudicial para el paciente.
Síntomas del glaucoma infantil
- Lagrimeo excesivo.
- Fotofobia (sensibilidad extrema a la luz).
- Guiños o aparentes tics oculares.
- Agrandamiento de uno o de los dos ojos. Este síntoma es especialmente llamativo en el caso de los niños y diferencial con respeto a los adultos, en los que el glaucoma no se manifiesta con cambios de tamaño evidentes en el globo ocular.
- Córnea abombada.
- Superficie ocular nublada (no completamente transparente).
Diagnóstico
Ante la sospecha de un caso de glaucoma, el oftalmólogo prescribe una serie de pruebas que ayudan a verificar el diagnóstico. De esta forma, son frecuentes exámenes de agudeza y campo visual para comprobar si el niño ve bien a diferentes distancias y cómo es su visión periférica, ya que este último parámetro puede ser indicativo de glaucoma. No obstante es el estudio con lámpara de hendidura y el análisis del ángulo con RETCAM o bien con la lente de Goldman la que nos permitirá ver el ángulo iridoesclerocorneal (si está abierto, cerrado o existen adherencias). Asimismo, es conveniente hacer un estudio de fondo de ojo dilatando la pupila para ver cómo están la retina y el nervio óptico, así como una tonometría para medir la presión intraocular.
Algunos niños quizá deban ser evaluados bajo sedación o anestesia no porque las pruebas sean dolorosas, pero sí son molestas. Esta medida ayuda a que el pequeño se tranquilice, no se mueva y las pruebas puedan hacerse de manera ágil y eficaz.
Tratamientos
El diagnóstico precoz es fundamental para evitar la pérdida de visión, fundamentalmente porque no es recuperable. En función de las características del paciente y del estado de la enfermedad, el especialista puede prescribir medicamentos en gotas o vía oral con el fin de ayudar al drenaje del humor acuoso o a reducir su producción con el fin de aliviar la presión intraocular.
Si estos tratamientos no resultan efectivos, puede recurrirse a la cirugía para abrir vías de drenaje y reparar los tejidos que impiden evacuar el humor acuoso hacia el exterior del ojo. Estas cirugías, que reciben diferentes denominaciones en función de su abordaje, alivian la presión intraocular, restablecen el mecanismo normal de drenaje y evitan daños mayores en el nervio óptico responsables de la pérdida de visión.
Por este motivo, es fundamental no conformarse con el examen visual que hacen a los bebés al nacer y empezar a acudir al oftalmólogo infantil al menos una vez al año. Este especialista lleva a cabo las pruebas necesarias para verificar que todo está en orden o para establecer una pauta de seguimiento y tratamiento si alguna de las pruebas realizadas indica una señal de alerta.
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