La dermatitis atópica es una enfermedad inflamatoria crónica de la piel considerada benigna, pero que afecta a la calidad de vida de las personas que la padecen. Su principal síntoma es una piel seca y sensible que pica hasta hacer inevitable el rascado, lo que a su vez irrita la piel provocando eczemas, que, lógicamente, incrementan la sensación de picor e incluso de dolor.
Esta enfermedad, que cursa con brotes, suele ser más frecuente en niñas y puede manifestarse a cualquier edad, si bien es más habitual que lo haga en la infancia para desaparecer, en muchos casos, al llegar la pubertad. Hasta un 18% de los menores de 2 años padece dermatitis atópica en España y un 20% de las consultas de dermatología pediátrica tienen que ver con esta enfermedad. De hecho, es la dolencia crónica de la piel más frecuente en los niños. En lo que respecta a los adultos, se estima que la sufre entre un 1% y un 3% de la población adulta.
¿Por qué la dermatitis atópica empeora en otoño?
Con la llegada del otoño, regresa el frío, la sequedad del hogar o la oficina por el uso de la calefacción y los contrastes térmicos, lo que provoca que la piel aumente su sequedad. Al reducirse la hidratación de la piel por estas alteraciones ambientales, tenemos como resultado una piel más seca y sensible que agrava las molestias propias de los pacientes que sufren dermatitis atópica.
Cuando se describió la enfermedad, se pensó en algún tipo de alergia en la piel, relacionada con otras atopías como la rinitis alérgica, el asma o las alergias alimentarias, de ahí el nombre de dermatitis atópica. Sin embargo, estudios recientes han demostrado que el eczema atópico no es una enfermedad alérgica.
La dermatitis atópica en una enfermedad inflamatoria crónica de la piel, de causa desconocida, en relación con una predisposición genética, factores ambientales, factores infecciosos y la alteración o “rotura “de la barrera epidérmica de la piel, en relación con la alteración de una proteína, la “filagrina. El estrés es también un factor desencadenante de los brotes.
Tratamiento
Aunque no existe en la actualidad un tratamiento definitivo, uno de los primeros pasos en el control de la enfermedad es eliminar los factores que favorecen el empeoramiento de las lesiones, tales como:
- Calor, sudor o ambientes secos.
- Cambios bruscos de temperatura.
- Estrés o ansiedad.
- Exposición a ciertos agentes irritantes, como jabones y detergentes, perfumes, cosméticos, cloro de piscina, ropas de lana o fibras sintéticas, polvo, arena o humo de cigarrillo.
El siguiente paso sería mantener una hidratación adecuada de la piel con cremas emolientes, así como una higiene respetuosa y no irritante con baños cortos. En este punto conviene matizar que la hidratación solo sirve para tratar la sequedad de la piel y no debe utilizarse sobre las lesiones activas de la enfermedad porque puede incluso empeorarlas.
En la fase aguda, es fundamental el empleo de corticoides, sobre todo tópicos y durante pocos días para evitar los efectos secundarios. También se emplean inhibidores de la calcineurina.
La utilización de antihistamínicos, aunque controvertida, ayuda a disminuir parcialmente el prurito y se pueden mantener durante periodos prolongados.
Las formas más severas de la enfermedad serán tratadas con medicamentos como los corticoides orales, y los inmunosupresores, y hay investigaciones en curso para el uso de fármacos biológicos en procesos que no responden a los anteriores tratamientos.
Afortunadamente, la mayoría de los casos son leves y basta con unas medidas hidratantes adecuadas y tratamientos breves con cremas de corticoides o inhibidores de la calcineurina para controlar los brotes de esta afección cutánea. Es esencial la hidratación diaria de la piel , para preservar la barrera cutánea.
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