Salud, Sexualidad

El sexo en la tercera edad

Durante mucho tiempo juntar la palabra "sexo" con "tercera edad" ha parecido un sinsentido, algo fuera de lugar, como si por el hecho de no ser capaces de procrear no tengan derecho a seguir demostrando el amor hacia la pareja y disfrutar de las relaciones sexuales.

Como ese tiempo pasó, y para tratar de ayudar a acabar con ese tabú, si es que aún queda algo de él, comentamos en esta entrada todo lo referente al sexo en la tercera edad, para que las personas mayores sepan qué esperar y para que los más jóvenes entendamos que no todo se acaba al pasar de los 50 o los 60 y que puede ser, perfectamente, una necesidad para ellos a la que no tienen por qué dar la espalda.

Pero, ¿los cambios hormonales no afectan al deseo sexual?

Sí, en realidad sí. De igual modo que la mujer tiene la menopausia, el hombre pasa por la andropausia, y ambos son fenómenos que modifican los niveles hormonales disminuyendo el deseo sexual y provocando un más que probable descenso de las relaciones sexuales. Ahora bien, que disminuya el deseo no quiere decir que desaparezca, y aunque las relaciones sean más esporádicas, no hay por qué evitarlas sino todo lo contrario, tratar de disfrutar de ellas cuando ambos quieran mantenerlas.

Lo que suele suceder con la andropausia en el hombre, al disminuir los niveles de testosterona, es que tenga una respuesta a la excitación más lenta, con una erección menos firme, unos orgasmos más cortos y con la necesidad de más tiempo para recuperarse y poder tener un nuevo coito.

Por su parte, la mujer, con la menopausia, tiene una mayor sequedad vaginal, puede sentir dolor durante la penetración, tiene mayor dificultad para alcanzar el orgasmo y, como el hombre, la respuesta a los estímulos es más lenta y necesita más tiempo para recuperarse.

¿Se pueden mantener relaciones sexuales si padecen enfermedades crónicas?

En principio, si el médico o el especialista no lo contraindican no hay motivo para dejar de mantener relaciones sexuales. Lo que sí hay que tener en cuenta es que algunas enfermedades pueden llegar a condicionar la vida sexual de diferentes maneras. Hablamos de la hipertensión, diabetes, depresión, enfermedades cardiovasculares, artrosis, enfermedades neurológicas, hiperplasia benigna de próstata, etc.

Y a veces no son las mismas enfermedades, sino sus tratamientos, los que pueden dificultar las relaciones o hacerlas menos placenteras, pues algunos fármacos o intervenciones quirúrgicas pueden producir falta de deseo sexual, disfunción eréctil, sequedad vaginal, anorgasmia, etc.

Tratamientos para los «tratamientos» y las enfermedades

Lo bueno del asunto es que, de igual modo que hay tratamientos para las enfermedades crónicas que pueden volver a posibilitar que una persona tenga una vida sexual activa, hay solución para los efectos secundarios de dichos tratamientos: medicación o la administración de una sustancia directamente en el pene para lograr una erección, lubricante vaginal para la sequedad, etc., son algunas de las soluciones que pueden restar dificultad a la relación, por poner algunos ejemplos.

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Además, toda actividad y toda acción que se lleve a cabo para tener una vejez más activa jugará a favor de la persona en todos los sentidos. Hace unos meses The New York Times Magazine publicó un interesante artículo en el que trataba de responder a una pregunta: las personas mayores, los ancianos, ¿pierden sus capacidades porque son ancianos o porque se sienten como personas mayores y se les trata como tal? La respuesta fue curiosa, y probablemente contraria a lo que muchos esperaban. En dicho artículo comentaron varios estudios realizados con gente mayor a los que se les creó una necesidad, o una motivación, y vieron que sus vidas cambiaban. Por poner un ejemplo, al entregar unas plantas a un grupo de ancianos de una residencia y explicarles que tenían que cuidar de ellas y decidir cuándo regarlas, dónde ponerlas y cómo cuidarlas vieron que 18 meses después seguían con vida el doble de ancianos que aquellos a los que no se les dio esa tarea.

Otro experimento, realizado en 1981, contó con ocho hombres de 70 años camino de una casa sin espejos, decorada y con los mismos elementos y herramientas de la época de 1959. Allí debían vivir cinco días y el estudio se basaba en comparar sus capacidades y habilidades antes de entrar y después de salir. La hipótesis decía que, si los investigadores estaban en lo cierto, los ocho hombres saldrían mejor que como entraron, al hacerles revivir en una época que vivieron 22 años atrás, cuando eran mucho más autónomos y capaces. A los cinco días el cambio fue importante. Vivieron cinco días en la ilusión de que eran más jóvenes y se comportaron como tal. A su salida, como digo, sorprendieron a todos. Uno de ellos, que había entrado en sillas de ruedas, salió con un bastón. Otro, que no era capaz de ponerse unos calcetines sin ayuda, organizó la cena de la noche final, moviéndose por el comedor con alegría y habilidad. Los otros caminaban más erguidos y parecían más jóvenes. Tenían la misma edad, pero en sus mentes ya no eran tan mayores.

De todo ello podemos extraer que las capacidades de una persona dependen en gran medida de sus ganas de vivir, de cómo se levante cada día y de lo que haga: no es lo mismo quedarse sentado todo el día viendo pasar la vida que hacerse cargo de la compra, de la comida (y llevar una dieta saludable), salir a dar un paseo, a hablar con otras personas, hacer ejercicio, incluso intenso, ir a ver a los nietos o que te vengan a ver y hacer actividades con ellos.

Con una vida así, no solo se consigue dar más años a la vida, sino también dar más vida a esos años. Y en ese «dar más vida» y disfrutar de ella está también el poder mantener relaciones sexuales. Obviamente, no se puede esperar tener la misma energía y el mismo número de relaciones que cuando se es joven, pero dosificando los esfuerzos y teniendo claro que ambos quieren disfrutar de ello, pueden seguir queriéndose como siempre, incluso modificando la manera de amarse: caricias, abrazos, contacto y besos pueden ser una manera de disfrutar también de la otra persona, sin centrarse tanto en el coito.