Desde que en 1948 se instaurara en España el Día del Padre, a raíz de la idea de una maestra a la que sus alumnos recriminaban que siempre preparaban un regalo artesanal para las madres y nunca para los padres, cada 19 de marzo, festividad de San José, tiene lugar esta celebración.
Y aunque este día se ha ido desdibujando por los cambios sociales y los nuevos modelos de familia, son muchos los que todavía hoy aprovechan dicha jornada para homenajear a sus padres, recordarles lo mucho que les quieren y tener con ellos un detalle especial, sobre todo los más pequeños.
“Tradicionalmente se ha atribuido a la mujer el papel de dar seguridad afectiva al niño y, al padre, el de aportarle seguridad ante el mundo y la economía”, señala Esteban Cañamares, psicólogo clínico experto en temas de familia. “En la actualidad, esto está superado y ambas figuras, la materna y la paterna, vienen a proporcionar prácticamente lo mismo: seguridad, cariño y sustento económico”, continúa.
Con esta protección y tranquilidad que brindan a sus hijos en un mundo para ellos aún desconocido, los padres se convierten en sus primeros superhéroes. A su lado, no hay monstruo ni fantasma que se les acerque.
Después, a medida que los niños crecen y la distancia entre estos y sus padres se acorta, va cambiando la percepción. Por un lado, los hijos descubren que todo el amor del mundo no les puede proteger de su propia existencia ni de las contingencias de la vida. Por otro, comprueban que sus padres son, sencillamente, humanos: sufren, se frustran, flaquean, se enojan, se equivocan y tienen miedos.
El trinomio soledad, vejez y muerte
“Uno de los miedos más comunes de los padres es el miedo a dejar de ser importantes para sus hijos, a que se hagan mayores y vuelen”, apunta Cañamares. Efectivamente, llega un momento en el que los hijos buscan la independencia de sus padres porque se han convertido en adultos. Es una etapa dura porque los hijos han centrado la vida de sus progenitores y han sido muchos años compartidos. “La casa está más silenciosa, pasan días sin verles, se siente desubicados”. Es el llamado síndrome del nido vacío.
Precisamente, a esta etapa que parece el momento ideal para dedicarse a uno mismo y retomar tareas que habían quedado relegadas, muchos mayores no le encuentran el lado positivo. “Además del alejamiento de los hijos, suelen vivir una situación de duelo como reacción a otras pérdidas: de seres queridos, de grupos de referencia, separaciones, falta de cuidado y afecto de familiares directos, la jubilación…”, dice Cañamares.
Un estado de “duelo” que suele agravarse con la aparición de tres miedos: a la vejez, a la soledad y a la muerte. A la vejez por las limitaciones que puede acarrear, tanto físicas como psíquicas y sociales. A la soledad, con su tinte de «desasosiego, tristeza, baja autoestima, desmotivación, incertidumbre», porque los hijos han abandonado el hogar o por haber enviudado. A la muerte porque se es más consciente de que es ineludible o por el temor al sufrimiento cuando aceche.
Unos padecimientos que se suelen acentuar en el caso de los hombres, según Cañamares. “A los varones nos han inculcado que nuestra meta debe ser lo profesional, triunfar en lo económico y lo laboral, sin expresar nuestras necesidades anímicas, mientras que a la mujer se le ha enseñado más triunfar en el mundo de los afectos”.
Cultivar las relaciones sociales y realizar actividades placenteras
Para este psicólogo, es esencial cultivar las relaciones sociales a lo largo de toda la vida y desarrollar actividades culturales y de ocio –“no cualquiera, sino aquellas que nos digan algo”-, que alejen a esos grandes enemigos del bienestar de los padres cuando se hacen mayores. “Siempre hemos de apoyarnos en diferentes patas, porque si no la balanza se descompensa y es contraproducente”.
La alegría en la vejez también se puede potenciar a través del recuerdo. Por ello, en la medida en que los mayores recuerden las grandes amistades que han labrado, el amor que han sentido o los éxitos profesionales alcanzados, mejorará su estado anímico. Asimismo, algunas personas mayores dejan de soñar porque piensan que ya lo han vivido todo. «Sin embargo -destaca Cañamares-, hay que seguir marcándose metas, que no tienen que ser grandes proezas, pero sí objetivos que a uno le estimulen y le hagan más agradable la rutina».
Con motivo de una celebración como el Día del Padre, conviene recalcar que es clave para una vejez feliz que la familia tenga gestos de cariño e interés hacia sus mayores. Gestos como que los hijos y nietos les visiten con regularidad, que coman todos juntos un día a la semana como los domingos, que los hijos llamen a sus padres al menos una vez al día para saber cómo están, qué han hecho o, sencillamente, con el único fin de charlar un rato. También, sorprendiéndoles con un regalo para que se sientan especiales, como en su día, el del Padre.
Llegar a mayor es todo un privilegio y honor que, lamentablemente, no tiene todo el mundo. Supone tener una perspectiva de la vida completa: la perspectiva que da la riqueza de la experiencia.
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