A pesar de que la radiación ultravioleta es tan dañina para la piel como para los ojos, lo cierto es que no existe la misma conciencia de los peligros que representa exponerse al astro rey sin la protección visual adecuada, especialmente cuando se trata de niños pequeños.
Según los datos que manejan los especialistas, buena parte de la población adulta se ha acostumbrado a llevar gafas de sol, aunque no tiene la misma precaución con los niños. Por otro lado, más de la mitad de las gafas de sol que se venden en nuestro país son falsificaciones o no cumplen con la normativa vigente en cuanto a los filtros protectores frente a la radiación solar, lo que representa un engaño al consumidor y un riesgo para la salud visual.
En cualquier caso, los oftalmólogos coinciden en señalar que los niños deberían llevar gafas de sol desde su más tierna infancia por diversos motivos. Por un lado, los tejidos que conforman los ojos tienen memoria, igual que sucede con la piel. De esta forma, los daños que sufran en fases tempranas del desarrollo pueden pasar factura en la edad adulta.
Los ojos de los niños, más vulnerables.
Por otro lado, la inmadurez de las estructuras oculares infantiles las hace más vulnerables a los daños de la luz solar. Concretamente, el cristalino deja pasar el 90 % de la radiación solar en bebés de cero a un año y en torno al 60 % hasta que el niño cumple los 12, momento en el que ya es completamente eficaz como filtro solar.
Por este motivo, los expertos insisten en señalar que las gorras o los sombreros, prendas que normalmente se emplean para proteger a los pequeños del sol, no son suficientes cuando se trata de cuidar sus ojos y recomiendan que, además, se les pongan gafas de sol desde que son bebés para bloquear los rayos del sol, especialmente en las horas del amanecer y del atardecer, que son los momentos en los que los rayos de sol inciden directamente sobre la cara.
Las consecuencias de no observar estos consejos pueden variar desde conjuntivitis o quemaduras en la córnea a sequedad ocular, pasando por el desarrollo prematuro de cataratas, una patología asociada al envejecimiento caracterizada por la pérdida de transparencia del cristalino que únicamente se puede solucionar con cirugía.
Finalmente, los oftalmólogos avisan de que la radiación ultravioleta está directamente relacionada con el melanoma ocular, un tumor poco frecuente pero muy agresivo que, de la misma manera que ocurre con el melanoma cutáneo, suele presentarse en torno a los 55 años, pero debido a los perjuicios de la exposición excesiva al sol antes de los 18 años.
En cualquier caso, tanto los dermatólogos como los oftalmólogos recuerdan que el hecho de llevar gafas de sol no invalida el resto de medidas protectoras frente al sol, que hay que cumplir incluso en días nublados. Es más, insisten en que en ningún caso los niños menores de tres años deben exponerse al sol directamente, por lo que deben permanecer en zonas de sombra el mayor tiempo posible y llevar siempre ropa larga, sombrero o gorra. Además, es conveniente ofrecerles agua a menudo para asegurar su hidratación.
No obstante lo mejor es que de estar en el exterior lo hagan bajo una sombrilla o parasol y que el sol incida de forma indirecta y no directamente sobre el infante.
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