En la historia de la medicina hay pocos fármacos o productos sanitarios tan excelentes en materia de seguridad y eficacia como las vacunas. Gracias a ellas, cada año se evitan millones de casos de muertes causadas por enfermedades infecciosas prevenibles. Sin embargo, los rumores, bulos y falsas creencias minan la confianza de ciertos segmentos de la población en estos medicamentos a pesar de los esfuerzos de los científicos e investigadores por desmentirlos.
Las vacunas causan autismo. Falso
Es el bulo por excelencia en relación con las vacunas y el principal argumento de los grupos antivacunas. Esta mentira tiene su origen en 1998, cuando la revista The Lancet publicó un estudio con solo 12 pacientes en los que se establecía una posible relación del autismo con la administración de la triple vírica (sarampión, paperas y rubeola). Posteriormente, se demostró que el autor, Andrew Wakefield, había falseado los datos y había recibido sustanciosas sumas de dinero de un organismo interesado en demostrar los perjuicios de esta vacuna. Las investigaciones posteriores con cientos de miles de niños han demostrado que ninguna vacuna provoca autismo. The Lancet retiró el artículo y Wakefield cayó en el descrédito más absoluto, pero el bulo sigue vigente.
Provocan reacciones muy graves. Falso
Las reacciones adversas graves son extremadamente raras y suelen deberse a reacciones alérgicas por algún ingrediente de la vacuna. Por eso, deben ser administradas en centros sanitarios que, en caso de reacción grave, pueden atender al paciente inmediatamente. Por otro lado, los efectos secundarios más frecuentes de las vacunas son los de cualquier pinchazo: dolor local, hinchazón, enrojecimiento de la piel y, en algunos casos, fiebre o febrícula.
Causan otras enfermedades. Falso
En este punto hay que distinguir la causalidad de la casualidad. En general, cualquier enfermedad se podría relacionar temporalmente con las vacunas, pero se han llevado a cabo múltiples estudios científicos y no se ha podido demostrar ninguna relación causal entre vacunas y otras enfermedades (salvo las rarísimas reacciones alérgicas ya comentadas).
Son innecesarias para enfermedades erradicadas. Falso
¿Por qué se sigue vacunando a los niños para evitar enfermedades que, de todas formas, están casi erradicadas? Los especialistas esgrimen varios argumentos para justificar la vigencia de estas inmunizaciones. Por un lado, las enfermedades aludidas han disminuido tanto, precisamente, por la gran cobertura que se ha logrado en nuestro país, que en general es superior al 95 % y en algunas comunidades autónomas alcanza el 99 %. Este factor crea el denominado efecto rebaño, que alude a la protección que ofrecen las vacunas no solo al individuo que se vacuna, sino a todo su entorno, incluyendo a los pocos individuos que por diversas circunstancias no puedan ser inmunizados (como muchos pacientes inmunodeprimidos, cuya protección depende exclusivamente de la inmunidad de rebaño). En caso de que la cobertura bajase, perderíamos el efecto rebaño y dichas enfermedades experimentarían un repunte porque no hay ninguna enfermedad infecciosa erradicada, salvo la viruela.
Por otro lado, hay enfermedades que solamente pueden prevenirse mediante la vacunación individual, como el tétanos, puesto que no se transmiten de persona a persona.
Además, muchas de las enfermedades frente a las que vacunamos en España todavía son habituales en otros países, por lo que tanto los viajeros procedentes de esos países como los españoles que viajan al extranjero podrían introducir la enfermedad de nuevo en nuestro país, si la tasa de vacunación cae.
Son demasiadas y el niño es muy pequeño, eso es malo para la salud y se las pondré más adelante. Falso
Los niños pequeños tienen un sistema inmunitario inmaduro. Por este motivo, tienen un mayor riesgo de enfermar que los niños más mayores y que los adultos. Y por eso es extremadamente necesario vacunarlos en ese momento siguiendo el calendario de vacunación vigente. No se ha demostrado que la administración de muchas vacunas en un corto intervalo de tiempo sea malo para la salud. Al contrario, los ensayos clínicos previos a la comercialización de las vacunas y los múltiples estudios que se realizaron (y se continúan realizando) tras su introducción en los calendarios de vacunación demuestran que la protección generada gracias a las vacunas es efectiva y duradera.
Llevan ingredientes perjudiciales. Falso
Algunas vacunas contienen timerosal, un derivado del mercurio presente en la composición de algunas vacunas. Las investigaciones no han encontrado relación entre este compuesto y efectos adversos de las inmunizaciones. En todo caso, el timerosal ha sido eliminado de prácticamente todas las vacunas que se administran en Europa.
El formaldehído, un metabolito del carbono usado como inactivador de virus y bacterias, también ha estado en el punto de mira de los recelosos de las vacunas. Sin embargo, el formaldehído se encuentra en cantidades 600 veces menor del umbral de riesgo para animales de laboratorio e infinitamente inferior a la cantidad que sería necesaria para causar daños en humanos.
Finalmente, el aluminio; empleado para potenciar el efecto de las vacunas con una dosis menor, tampoco ha causado daños en los pacientes vacunados a lo largo de los años, ni siquiera cuando se administran a bebés de pocos meses.
“Las vacunas, como cualquier fármaco, pueden ocasionar efectos adversos, pero los eventuales efectos adversos de los programas de vacunación son claramente inferiores a sus beneficios individuales (a los vacunados) y colectivos (a los vacunados y a los que no pueden vacunarse por razones médicas). Cualquier efecto indeseable atribuible a las vacunas ha de poder detectarse mediante sistemas de farmacovigilancia potentes y bien estructurados”, concluye un estudio publicado recientemente sobre este tema en la revista Atención Primaria.
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