Ir a la compra y elegir los alimentos más saludables se está convirtiendo en una tarea ardua, principalmente cuando se trata de productos envasados. Tener que leer la letra pequeña ya no es una cuestión exclusiva a la hora de firmar el contrato de una hipoteca con un banco o de un servicio de canales de televisión. Ahora, también es una práctica obligada si quieres saber qué estás comprando o comiendo realmente porque los llamativos reclamos que utiliza la industria en el empaquetado para atraer la atención del consumidor muchas veces no reflejan realmente el contenido de los productos alimenticios.
Engaños más frecuentes
La industria alimenticia tiende a confundir al consumidor gracias al diseño de los envases de comida, sobre todo por el gran tamaño de sus mensajes, y el lenguaje, con el uso frecuente de términos que incitan a pensar que se trata de productos saludables. Ante estos engaños que muchas veces pasan desapercibidos, los expertos aconsejan apostar por alimentos frescos sin etiquetar.
Algunos de los engaños más frecuentes son:
- Usar términos como ‘light’ o ‘0 %’. En muchas ocasiones, esos supuestos productos sanos carecen de grasa pero contienen azúcar, como sucede, por ejemplo, con los yogures. Se han dado casos también de leches que se promocionan como recién ordeñadas pero que al leer el etiquetado contienen sólo un 20 por ciento de leche desnatada reconstituida, es decir, compuesta de agua y leche en polvo.
- Artesano y natural son también calificativos muy empleados por las compañías alimenticias en las etiquetas, pero al leer la letra pequeña del envase en la que se reflejan los ingredientes, se pueden leer la presencia de numerosos aditivos E, muy cuestionados por los posibles daños para la salud. Además, muchos contienen también aceite de palma, entre otros componentes de dudosa reputación.
- También se emplean mensajes sobre el origen de los productos, indicando que son autóctonos de un lugar y luego resulta que no lo son. En febrero de 2010, la Asociación de Consumidores de Navarra Irache alertó de un fraude en el que se vendían ‘espárragos de Navarra’ que procedían realmente de China o Perú, por lo que aconsejaban a los consumidores que leyeran la contraetiqueta, que era donde se desvelaba el engaño. Un estudio de expertos de la Universidad CEU San Pablo de Madrid detectó que el 32,5 por ciento del bonito del norte que analizaron no era auténtico, sino que había sido sustituido por otras especies (selva, rabia, bacoreta). Otro trabajo publicado en ‘Journal of Agriculture and Food Chemistry’ descubrió que el 40 por ciento de la merluza que se vende en España y Grecia como europea o americana procede realmente de África.
- Más alarmante resulta este tema cuando se trata de productos de alimentación infantil. Muchos de ellos se anuncian como enriquecidos con vitaminas, calcio, fósforo o minerales, pero también contienen un alto porcentaje de azúcar, aromatizantes y conservantes. Además, realmente no son necesarios, porque los productos frescos ya aportan a los más pequeños de la casa los nutrientes necesarios: un plátano contiene el 15 por ciento del potasio recomendado al día y un vaso de leche aporta el 33 por ciento de las necesidades de calcio que se necesitan al día, por ejemplo.
- Igualmente, el nombre del aceite de oliva se emplea como reclamo publicitario en muchos productos, pero hay muchos casos en los que cuando se lee la etiqueta con detenimiento se revela la presencia de grandes cantidades de aceite de girasol o de palma y tan sólo un pequeño porcentaje de aceite de oliva. Hace 10 años, un juez de Barcelona ordenó retirar del mercado un tipo de patatas fritas por considerar que inducían al error al dar a entender que llevaban aceite de oliva cuando sólo poseían un 2 por ciento.
Cómo leer las etiquetas de los alimentos
Muchas veces, saber interpretar las proporciones de ingredientes y descifrar el nombre de muchos de ellos resulta una tarea complicada. Como recoge MedlinePlus, el sitio web de los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, para intentar elegir la opción más saludable, hay que comprobar primero el tamaño de la porción del alimento porque la información de las etiquetas se basa en ella, aunque muchos paquetes contengan más de una porción.
Una vez que está clara esta cuestión, más allá de los grandes anuncios que se hagan en el envase de los productos, para comer sano hay que tener en cuenta los siguientes aspectos:
- Calorías: la información calórica indica las calorías totales que hay en una porción. Los carbohidratos aparecen en gramos, desglosados por azúcares, almidón y fibra vegetal, mientras que el azúcar suele venir indicado por separado, como explican desde los Institutos Nacionales de Salud estadounidenses. Estos datos resultan especialmente relevantes para las personas con diabetes.
- Grasas: también es importante tener en cuenta la cantidad de grasa presente en el producto. Los expertos recomiendan que las saturadas no superen el 6 por ciento de las calorías diarias totales. Desde el NIH consideran que cuando un alimento contiene menos de 0,5 gramos de grasa saturada en el tamaño de la porción de la etiqueta, el fabricante puede poner en el etiquetado que no contiene grasa saturada. En cuanto a las grasas trans -que elevan el colesterol conocido como malo y reducen el llamado bueno- los expertos recomiendan optar por alimentos sin este tipo de grasa o que contengan menos de 1 gramo. Las grasas instauradas son las que pueden ser de ayuda para nuestra salud, porque ayudan a bajar el colesterol LDL (el llamado malo). Los médicos aconsejan evitar los alimentos hechos con aceites hidrogenados y parcialmente hidrogenados, como por ejemplo, la mantequilla y la margarina, por sus elevados contenidos de grasas trans.
- Sal: es muy recomendable conocer el contenido de sodio de un producto alimenticio, sobre todo si el consumidor padece hipertensión o tiene algún tipo de problema por el que necesita restringir al máximo la ingesta de sal. Por 100 miligramos de sodio reflejados en la etiqueta, el producto tiene unos 250 miligramos de sal, porque el sodio es el ingrediente principal de la sal. Se considera que un producto es bajo en sal cuando tiene 0,25 gramos o menos por cada 100 gramos.
- Azúcar: cada vez son más numerosas las voces de científicos, médicos y entidades que se alzan contra el azúcar, sobre todo el refinado, presente en grandes cantidades en muchos productos preparados. Un alimento contiene niveles elevados de azúcar con 10 o más gramos por cada 100 gramos.
Otros ejemplos de mentiras
La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) pidió a los consumidores que fotografiaran y le enviaran lo que consideraran engaños o artimañas de la industria alimenticia en el etiquetado. Algunos ejemplos de lo que enviaron son:
- Barra integral: panes vendidos como integrales pero cuyos ingredientes son harina de trigo y de malta y un 7 por ciento de salvado de trigo.
- Crema de bogavante: al leer los ingredientes se descubre que sólo lleva un 0,5 por ciento de concentrado de bogavante, lo que supone 1,2 gramos por sobre.
- Pavo para sandwiches: la etiqueta revela que sólo contiene un 45 por ciento de carne de pavo, siendo el resto fécula de patata, agua, sal, leche en polvo, proteína de soja e, incluso, azúcar.
- Yogures con ginseng, en los que realmente sólo hay un 0,1 por ciento de esta planta.
- Leche de almendras que sólo poseen un 0,2 por ciento de almendras.
- Chuletas gallegas que realmente proceden de Alemania.
- Tortitas de arroz con sabor a yogur que realmente no contienen yogur y sí un 56 por ciento de chocolate blanco.
- Yogur líquido de fresa en cuyos ingredientes está totalmente ausente la fresa.
- Tostadas de maíz horneadas que se anuncian ‘sin sal’ cuando luego en la etiqueta la camuflan bajo el nombre de sodio.
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