Prácticamente al mismo tiempo que se popularizaba el término fofisano para definir a aquel individuo que presentaba un perfil muy saludable a pesar de tener bastantes kilos de más, se empezaba a generalizar el término Thin Outside, Fat Inside (TOFI, sus siglas en inglés) o lo que es lo mismo: delgado por fuera, gordo por dentro; también gordiflaco, tal y como se ha traducido al español.
Con esta palabra se trataba de señalar a los que tienen un peso normal, e incluso están delgados, pero en realidad arrojan cifras preocupantes en sus analíticas, dado que presentan valores de colesterol, tensión arterial, triglicéridos y glucemia en sangre propios de gente enferma o con un gran riesgo de estarlo.
El caso es que estos nombres rocambolescos han servido para replantearse algunos parámetros de salud, desterrar mitos y dejar claro que en este área las cosas no siempre son tan simples como parecen.
Qué hemos aprendido de fofisanos y gordiflacos
Tener kilos de más es nocivo en sí mismo. Por mucho que algunos se empeñen en defender la idea de la gordura saludable, lo cierto es que las personas con exceso de peso más o menos importante tienen peor salud en términos generales.
Incluso aunque los factores de riesgo cardiovascular (tensión arterial, lípidos en sangre, glucemia…) no sean alarmantes en estas personas, en realidad estos valores tienden a empeorar con el tiempo. Asimismo, en todo caso el exceso de peso aumenta hasta en un 26 % las probabilidades de sufrir un infarto independientemente de que se tengan otros factores de riesgo.
Además, en las personas con esta supuesta gordura saludable también son preocupantes su capacidad respiratoria, su función renal y su sistema musculoesquelético, ya que el peso de más contribuye a sobrecargar la espalda y a lesionar las articulaciones, fundamentalmente las rodillas y las caderas, con mayor facilidad. Asimismo, la actividad física que llevan a cabo las personas con exceso de peso no compensa el resto de parámetros de riesgo.
Estar delgado no es bueno en sí mismo. La mitificación de la delgadez, el culto al cuerpo mal entendido y la obsesión por entrar en tallas minúsculas ha dado lugar a un porcentaje nada despreciable de personas con un peso normal, e incluso bastante delgadas, cuyas analíticas son desastrosas desde el punto de vista endocrinológico y cardiovascular.
Cifras de colesterol elevadas, triglicéridos por las nubes, hipertensión, glucemia completamente descontrolada… hacen de estos falsos delgados unos claros candidatos a desarrollar enfermedades cardiovasculares y patologías metabólicas como la diabetes tipo 2, una verdadera epidemia en los tiempos que corren.
El problema fundamental para los especialistas reside en que estos falsos delgados son muy difíciles de identificar, ya que los parámetros que señalan su mala salud real no se ven.
Por otro lado, estos perfiles suelen enmascarar dietas muy deficientes, métodos para adelgazar muy poco saludables y otras carencias que a la larga acaban añadiendo nuevos problemas de salud a los que ya existen (desmineralización ósea, alteraciones tiroideas, trastornos de la conducta alimentaria…).
La obesidad abdominal es más importante que el IMC. Durante muchos años, el Índice de Masa Corporal (indicador de obesidad que se calcula dividiendo los kilogramos de peso por el cuadrado de la estatura en metros) ha sido el patrón para medir la salud en relación al peso. Sin embargo, esta cifra puede ser engañosa en algunos casos de, por ejemplo, individuos muy corpulentos y musculados o personas delgadas con barriga.
Si solo atendemos al IMC, los primeros podrían pasar por obesos severos en situación de riesgo y los segundos por personas en su peso con un perfil completamente saludable.
Partiendo de la base de que el músculo pesa más que la grasa y que esta es especialmente peligrosa si se acumula en el abdomen porque está adherida a las vísceras, el factor de riesgo que hay que tener en cuenta de manera prioritaria es el de la grasa abdominal, no el del IMC.
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