Pasar algún episodio de estrés es bastante común en la sociedad actual, cuando se nos presenta un desafío, un problema o nos sentimos desbordados, este estado nos activa y nos impulsa a reaccionar. De forma puntual puede resultarnos útil, pero a largo plazo sabemos que nos perjudica, nos sentimos irritados, tensos, nerviosos, decaídos… Y estos son solo los síntomas mentales pero, ¿cómo afecta a nuestro cuerpo?
El estrés en el organismo
Cuando percibimos una amenaza o un peligro, sea real o no, nuestro cuerpo se prepara para dos soluciones rápidas y efectivas: la lucha o la huida. En ellas está implicado el sistema nervioso autónomo, responsable de las funciones orgánicas de nuestro cuerpo que se producen de forma involuntaria, como el latir del corazón o la respiración. Este se divide en dos: sistema nervioso simpático, que nos dispone para la acción, y parasimpático, que regula las actividades de nuestro cuerpo en reposo.
Frente al estímulo amenazante el sistema simpático produce una respuesta hormonal, generando mayor cantidad de adrenalina y de cortisol. La primera aumenta la frecuencia cardiaca, dilata las pupilas y los bronquios, y nos pone a sudar. La segunda hormona incrementa el nivel del azúcar en sangre y suprime la actividad del sistema inmunológico.
Esto ocurre de manera temporal, ya que el sistema nervioso parasimpático se encarga a su vez de ponerlo “todo en orden”, pero es fácil imaginar que cuando se repite todo este proceso con demasiada frecuencia o de forma continuada, puede tener consecuencias perjudiciales para nuestra salud.
Síntomas físicos del estrés
Distinguir entre una dosis aceptable de estrés y una excesiva no siempre es fácil. Estamos acostumbrados a correr de aquí para allá, a hacer varias cosas a la vez y a enfrentarnos con retos a menudo, por lo que es importante prestar atención no solo a nuestro estado de ánimo, sino también a algunos síntomas físicos, como los siguientes, que nos avisan de que las tensiones diarias nos están afectando:
- Dolores de cabeza frecuentes.
- Diarrea o estreñimiento.
- Cansancio excesivo, decaimiento.
- Mandíbula rígida, músculos tensos.
- Insomnio o somnolencia
- Variaciones de peso inusuales
Nuestro cerebro también nos manda otras señales de alarma como la desmotivación, la falta de deseo sexual, la irritabilidad, la ansiedad o los olvidos y retrasos de memoria.
Consecuencias del estrés crónico
Entre los riesgos del estrés crónico se encuentran bajadas de defensas, presión arterial alta, diabetes, insuficiencia cardíaca, acné, eccemas, depresión, ansiedad o problemas derivados de la tensión constante como las contracturas musculares o el bruxismo que se produce al apretar la mandíbula a menudo y de forma inconsciente cuando dormimos.
Estar estresados continuamente también puede hacernos engordar, ya que afecta a la regulación de nuestros impulsos y emociones, haciendo que nos decantemos por alimentos muy apetecibles pero con escaso valor nutritivo. Esta falta de control con frecuencia deriva en otros hábitos y conductas nocivas, como fumar o beber alcohol en exceso para intentar relajarnos, con sus correspondientes consecuencias negativas.
Algunos estudios afirman que el estrés laboral, uno de los más frecuentes, aumenta en un 68% el riesgo de desarrollar enfermedades coronarias y en un 23% el de sufrir un infarto de miocardio. A largo plazo el estrés puede derivar en problemas de salud realmente graves, y estos a su vez contribuir a que nos sintamos más estresados, por lo que es muy importante la prevención y el tratamiento, a través de la terapia psicológica y con apoyos como la meditación, la actividad física y una buena alimentación.
Confiar en nuestra capacidad para afrontar las situaciones que nos afectan es un buen punto de partida para empezar a controlar el estrés. Lo siguiente es preguntarnos qué podemos hacer para reducirlo: consultar un especialista, practicar mindfulness, hacer ejercicio moderado, buscar otro trabajo, realizar alguna actividad placentera al terminar el día como pasear o leer… Las alternativas son muchas y vale la pena ponerlas en práctica cuando es necesario. Una vida con menos estrés es una vida más saludable, en todos los sentidos.
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