A todos nos gustaría lucir una dentadura blanca e impoluta, una sonrisa cálcica sin mácula. Sin embargo, a pesar de que hay efectivos tratamientos de blanqueamiento dental para conseguir una sonrisa de Hollywood, de forma natural no existen los dientes completamente blancos.
Del mismo modo que ninguna piel es totalmente monocromática, el color de los dientes depende de varios factores: primero, la herencia, y segundo las capas del diente. Nos viene definido por el color de la dentina y el grosor y calidad del esmalte:
- El esmalte es translúcido y prácticamente no tiene color. En función de su grosor y calidad (grado de mineralización) deja que se “transparente” más o menos el color de la dentina.
- La dentina es de un tono amarillento. En función de su grosor y calidad es más o menos amarillenta. Y es ésta, la que da principalmente el color al diente.
Estos factores, hacen que los dientes tengan distintos matices de amarillo, marrón y gris.
Los dientes ligeramente amarillentos son más sanos
Los dientes más sanos y más fuertes, además, no son naturalmente blancos como perlas, sino más bien de un color blanco azulado traslúcido, lo que permite que el color amarillento de la dentina se refleje a través del esmalte, haciendo que los dientes naturalmente sanos sean un poco amarillentos.
Si los dientes se tornan excesivamente amarillos, entonces quizá se esté abusando del tabaco o del café, o se esté padeciendo algún trastorno metabólico. En tal caso, se puede recurrir al blanqueamiento pero siempre con la asistencia y el consejo de un odontólogo, pues los tratamientos pueden debilitar los dientes de forma permanente.
El exceso de higiene tampoco es bueno
Incluso la limpieza excesiva puede ser motivo de la aparición de dientes más amarrillentos de lo normal: las cerdas duras de un cepillo de dientes, así como una pasta dental demasiado agresiva, desgastan el esmalte.
También los tratamientos de flúor deben tomarse con mesura, pues su exceso perjudica el brillo natural de la dentadura, originando la llamada fluorosis. Esta ingesta excesiva de flúor a través de agua fluorada, pasta de dientes y enjuagues bucales produce unos dientes moteados, en vez de tener un color uniforme. Tal y como lo explica Joan Liebmann en su libro Escucha tu cuerpo:
En los casos más leves, las motas son pequeñas, blanquecinas y opacas. A medida que el problema empeora, las motas se vuelven marrones y los dientes parecen jaspeados […] Aunque los dientes moteados son estéticamente poco atractivos, normalmente son un signo benigno.
A pesar de todo, la mayoría de problemas con el esmalte de los dientes, como la aparición de un tono demasiado amarillento, son producto de la ingesta excesiva de café o té, y sobre todo del consumo de tabaco. Algunos fármacos y antibióticos también pueden alterar el color de los dientes. Por ejemplo, la tonalidad gris azulada en un adulto puede ser una señal de que ha tomado durante mucho tiempo minociclina, una clase de tetraciclina, un antibiótico que se receta a menudo para tratar el acné y la artritis reumatoide.
La aparición de puntos o rayas blancas pueden tener su origen en algún problema que ha tenido lugar durante la fase de desarrollo de la dentadura. Cuando se forman los dientes, durante la gestación y los primeros cuatro años de vida, la dentina y el esmalte se desarrollan casi totalmente gracias al flujo de cristales de calcio y fósforo que transporta la sangre. Si tiene lugar una abundancia o una carencia de estos cristales, entonces el color de la dentadura también se verá afectado.
Así pues, como conclusión, el color de los dientes dice mucho de nuestros hábitos o carencias, pero generalmente no es una forma fiable de valorar el grado de higiene.
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