«No os lo traguéis», insistían. Y siempre nos quedábamos dudando y preguntándonos cómo era posible que el flúor fuera tan bueno para nuestros dientes pero tan malo para nuestro estómago.
Pues bien, la razón es que el flúor en contacto con los dientes es un excelente elemento protector, y en efecto evita las caries, pero consumido en cantidades superiores a las recomendadas cuando los dientes se están formando puede producir lo que se conoce como fluorosis, que es una afectación de la maduración del esmalte que provoca manchas en los dientes y, si el consumo es elevado, puede llegar a afectar incluso a los huesos, haciendo que sean más frágiles. ¿En qué quedamos entonces, usamos pastas con flúor o sin él? ¿O les limpiamos los dientes sin pasta como recomiendan muchos pediatras?
El flúor en el agua
Desde hace décadas al agua de consumo público se le añade flúor porque en su momento se vio que las poblaciones con más flúor en el agua sufrían menos caries. Se optó por hacerlo de manera global y toda aquella persona que beba agua del grifo y cocine con ella está consumiendo cada día un poquito de flúor para prevenir las caries, niños incluidos.
Ahora bien, se ha visto que aunque es una medida útil, los mejores resultados se dan cuando el flúor entra en contacto directo con los dientes, más que cuando se consume, y por eso es tan importante que los dientes de los niños se laven con pastas dentífricas con flúor.
¿No deberían entonces eliminar el flúor del agua? En realidad no, porque la cantidad que lleva el agua potable ya está ajustada a un nivel seguro que no permita la fluorosis de los niños pero que les ayude a prevenir las caries (y a los adultos también). Tanto la European Academy of Paediatric Dentistry (EAPD) como la Sociedad Española de Odontopediatría (SEOP) están de acuerdo con que se siga realizando la fluoración del agua como método de salud comunitaria.
El flúor en la pasta de dientes
Dado que, como hemos dicho, la mejor manera de prevenir las caries es que la pasta de dientes tenga flúor, las últimas recomendaciones dicen que debemos utilizar el flúor desde la aparición del primer diente en un bebé. Antiguamente se hablaba del momento en que aparecía la primera muela, pero se ha visto que por entonces ya hay bebés con problemas en los incisivos y por eso el uso de flúor se ha adelantado.
En el mercado pueden encontrarse pastas para niños con una fluoración baja. Se hacen así precisamente para que, en caso de que el bebé se la trague, no haya peligro. Sin embargo, se ha visto que no sirven para prevenir las caries y que es mejor usar poca pasta con una cantidad de flúor considerable que una mayor cantidad con poca concentración de flúor. Por eso en los niños menores de 3 años , tal y como recomienda el gobierno de Reino Unido y comentamos hace unas semanas aquí, hay que utilizar una pasta que contenga 1000-1450 ppm de flúor y poner una cantidad ínfima en el cepillo de dientes: la cantidad suficiente para «pintar» el diente con ella (pintar, no recubrir), que vendría a ser algo así como «manchar» el cepillo dental con un poco de pasta y aplicar ese poquito al diente. En niños pequeños, todavía bebés, se recomienda que los padres limpien sus dientes con una gasa humedecida o un dedal. En niños más grandes, conviene usar cepillos de dientes para niños con cabezal pequeño y cerdas suaves y usar pastas dentífricas que contengan 1000-1450 ppm de flúor.
A partir de ese momento, y cuando veamos que es posible que lo hagan, enseñarles a escupir la pasta para que no se la traguen, pues aunque luego no les enjuaguemos, tal y como se recomienda, la saliva y la pasta siempre generarán un poco de espuma que pueden tragar.
Mientras tanto, seguiremos adaptando la cantidad de pasta a esa capacidad de escupir después, y por eso a partir de los 3 años, aunque se recomienda que la pasta sea de 1.350 a 1.500 ppm de flúor, la cantidad de pasta en el cepillo debe ser la equivalente al tamaño de una lenteja y, como mucho, al de un guisante.
Hasta los 7 años, por el riesgo de tragar la pasta, por el riesgo de que se pongan demasiada en el cepillo y por el riesgo de que se cepillen mal, es recomendable que supervisemos el cepillado de los niños. Cuando son más pequeños seremos nosotros quienes lo hagamos, porque un niño pequeño puede cepillarse realmente mal y que pensemos que con eso ya vale, y cuando son más mayores solo debemos verificar que lo estén haciendo bien.
¿Y si el niño tiene un riesgo alto de caries?
Algunos niños no tienen suficiente con las recomendaciones que acabamos de explicar y requieren de tratamientos con más flúor. Para casos así existen los enjuagues (como los que hacíamos de pequeños en el colegio), geles y barnices. Estos últimos tienen como misión adherir el flúor directamente en los dientes, pero a concentraciones mucho más altas que con la pasta. Son de uso profesional y es el dentista quien debe realizar el tratamiento para minimizar el riesgo de que el niño trague parte del gel o barniz.
Pero no solo debemos visitarle para estos tratamientos, sino también para controlar la correcta evolución de los dientes temporales y luego de los definitivos. Por eso lo ideal es ir por primera vez en el primer año de vida del bebé y visitar al odontopediatra con una periodicidad de 6 meses. De este modo irá ajustando la cantidad de flúor que necesita el niño o niña y llevará a cabo algún sistema de fluoración extraordinario, como los comentados, en caso de que lo considere oportuno.
juan jose charca zela
Danny