«Mi hijo no come». Este es uno de los principales quebraderos de cabeza de padres de todo el mundo. Aunque existen muchos métodos para intentar conseguir que los peques que supuestamente «comen poco» coman más y coman de todo, en realidad los niños necesitan comer mucha menos cantidad de lo que nos imaginamos. Obligarles a comer puede resultar contraproducente.
Por qué es contraproducente obligarles a comer
Si dejamos que un niño coma a sus anchas, sin presiones ni distracciones, comerá justo lo que necesita hasta sentirse saciado. Los niños necesitan comer mucha menos cantidad de lo que creemos. Forzándoles a comer pescado o verdura, o a ingerir más cantidad de lo que les gusta cuando no quieren, el efecto que podemos provocar es que no vuelvan a probar en mucho tiempo esos alimentos.
Si insistimos demasiado en que coman más cantidad o más variedad, lo único que conseguimos es que aborrezcan los alimentos y la hora de la comida se convertirá en una más que probable pesadilla para toda la familia. Cuando hay dificultades en este plano, la relación padres-hijos se ve afectada y condiciona toda la comunicación.
Los niños se autorregulan de forma natural e instintiva. Pretender imponer cantidades a todo en alimentación (horas y número de tomas, cantidad de comida, proporción entre alimentos, etc.) genera una presión contraproducente en los niños y una preocupación innecesaria en los padres.
En realidad, en los países desarrollados los casos de malnutrición son muy poco frecuentes. Sin embargo, cuando un niño come poco o «come mal» damos una importancia excesiva al problema y tendemos a enfocarlo mal, generalmente obligándole a comer de todo y a todas horas.
¿Y si no comen nada?
¿Realmente come poco? Algunos padres obligan a sus hijos a comer más porque les parece que comen poco. Pero ¿cuánto es poco? Aunque muchos métodos indican con exactitud las tomas y la cantidad de las mismas que debe ingerir un niño en función de su edad, no hay ningún método que evidencie científicamente cuáles son las cantidades correctas según la edad. Sencillamente porque no hay dos personas que coman exactamente lo mismo.
Hay gente que disfruta comiendo y gente que come por necesidad, personas que digieren mejor los alimentos y personas que los digieren peor, metabolismos más rápidos y metabolismos más lentos. Además, nuestro carácter, entorno, actividades diarias y estilo de vida condicionan nuestra dieta y nuestro apetito, y condicionan lo que nuestro organismo gasta. Por todo ello, cada persona tiene unas necesidades diferentes para estar bien alimentada.
Los niños pequeños no son una excepción. A ellos también les afectan múltiples factores. Si un niño come “poco”, pero está sano, su crecimiento es adecuado, su talla y peso son los proporcionales a su edad y su dieta es variada es que come bien. Es decir: come justo lo que necesita.
¿Y si no comen «de todo»?
Tampoco es preocupante. Lo ideal es que la dieta, tanto de los niños como de sus padres, sea lo más sana y variada posible. Sin embargo, en realidad la inmensa mayoría de los niños (al igual que los adultos) come más de aquello que les gusta y menos de lo que no les gusta nada.
Lo más habitual es que los niños pequeños se muestren reacios a comer (e incluso a probar) determinados grupos de alimentos. De hecho, respecto a la alimentación, la mayoría de los niños pasan por etapas bastante similares. Entre los 6 a los 12 meses atraviesan un momento de experimentación: se lo llevan todo a la boca (hasta lo que no deben) y suelen probarlo todo, porque tienen curiosidad.
A partir de los 12 ó 18 meses empiezan a definir sus gustos y a rechazar aquello que menos les gusta o no les apetece. A partir de ese momento se vuelven más exigentes y sibaritas. Algunos llegan incluso a establecer el famoso «menú infantil»: filete de pollo empanado, patatas fritas, macarrones con tomate, croquetas, etc.
Evidentemente, los hábitos alimentarios de los padres influyen enormemente. Tal y como dice el refrán: «Se predica con el ejemplo». Si los peques se acostumbran a observar unos hábitos alimentarios saludables y disponen de todo tipo de alimentos en casa desde su primera infancia, es más fácil que crezcan con una actitud abierta y tolerante hacia la comida.
Sea como sea, durante la preadolescencia volverán a ser capaces de comer ensalada, lentejas o espinacas, aunque sin mucho entusiasmo. Es un proceso paulatino: sus gustos y actitud hacia la comida va cambiando poco a poco y tras la adolescencia vuelven a cambiar. Entonces empiezan a probar nuevas comidas, sus gustos se vuelven más exóticos (prueban la comida japonesa o la mexicana) y de nuevo comen de todo.
Si el niño está sano y su evolución es buena, es que todo funciona como debe. Ofrécele una dieta sana y equilibrada y cinco comidas al día para que coma cuando lo necesite y hasta que no quiera más. No es necesario forzar nada. Cuando algo falla, debemos buscar la causa médica y ponerle remedio. Pero obligar a comer a un niño nunca es la solución.
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