Mente Sana

Los peligros del estrés: las consecuencias son impredecibles

Aprender a gestionarlo puede prevenir problemas cardiovasculares.

El estrés es una reacción natural de nuestro organismo ante una amenaza externa o un desafío. El corazón late más deprisa, los músculos se tensan, la mente va más rápido… Este mecanismo de defensa permitió a nuestros antepasados reunir la energía suficiente como para enfrentarse o salir huyendo de las fieras, y hoy nos sigue siendo útil para superar situaciones difíciles de la vida. Pero cuando vivimos en un estado de alerta permanente, preparando a nuestro cuerpo para la acción continua sin que haya peligros reales, el organismo desata un conjunto de respuestas que acaban deteriorando nuestra salud tanto física como mental.

El estrés está detrás de muchos trastornos psicológicos, de alteraciones fisiológicas leves como eccemas, la caída del pelo, insomnio o dolor de cabeza, y de otras más graves, como los problemas cardiovasculares, especialmente si la persona afectada lleva una vida sedentaria y mantiene una dieta inadecuada. Aunque no fue hasta 2012 cuando el estrés apareció como factor de riesgo cardíaco en la Guía Europea de Prevención Cardiovascular, desde la práctica médica se recomienda desde hace años prestar especial atención a este proceso.

Cómo afecta el estrés al corazón

Cuando estamos estresados nuestro cuerpo produce diversas hormonas asociadas a la respuesta del organismo ante un peligro, como son el cortisol y la adrenalina. Estas hormonas incrementan la presión arterial, lo que puede acabar produciendo rigidez y estrechamiento de las arterias, aumentando el riesgo de sufrir un infarto.

Por otro lado, el estrés nos hace más propensos a adoptar comportamientos perjudiciales para el corazón, como son fumar, beber demasiado o ingerir alimentos ricos en grasas, azúcar y sal. Cuando los niveles de colesterol son excesivos, este tipo de lípidos no pueden ser empleados por el cuerpo para la producción de energía, por lo que acaban acumulándose en el organismo, concretamente en las arterias coronarias. Esto incrementa el riesgo de padecer obstrucciones arteriales, lo que podría conducir a varias enfermedades cardíacas. Incluso diversos estudios han revelado que el estrés intenso incrementa los niveles de colesterol y triglicéridos en sangre, sin que se conozcan aún las causas exactas de esta reacción corporal.

También hay que tener en cuenta que el corazón se acelera cuando estamos bajo tensión, y si frecuentemente nos mantenemos en ese estado, podríamos llegar incluso a alterar su ritmo habitual, lo que podría ocasionar diversas patologías que pongan en riesgo este órgano.

Los peligros del estrés: las consecuencias son impredecibles

Cómo controlar el estrés

Aprender a manejar el estrés resulta fundamental para garantizar nuestro bienestar general y también la salud de nuestro corazón. Para controlarlo, es conveniente:

  • Realizar ejercicio físico. No solo es adecuado para el control del estrés, sino también para evitar otros factores de riesgo cardiovascular, como la obesidad, la hipertensión arterial o el colesterol alto.
  • Llevar una dieta equilibrada rica en verduras, frutas y fibra, y baja en grasas y azúcares. Se debe limitar el consumo de tabaco, café y alcohol, pues estas sustancias son potenciadoras de estrés.
  • Dormir lo suficiente. Para la renovación celular es preciso dormir no menos de 7 horas al día. El estrés es la primera causa de insomnio o de mala calidad del sueño.
  • Acudir a psicoterapia o practicar técnicas de relajación, respiración y/o meditación. Cada día más profesionales de la salud reconocen los beneficios del yoga, el taichí o el pilates, que han demostrado su utilidad para reducir el estrés y mejorar la presión arterial, la circulación y el sistema inmunológico.

En cuanto a las medidas farmacológicas, cuando el paciente sufre estrés agudo, los médicos pueden recurrir a la prescripción de betabloqueantes, antidepresivos, ansiolíticos e hipnóticos. Los betabloqueantes ayudan a disminuir el efecto de las catecolaminas en el corazón, reduciendo la frecuencia cardíaca basal y máxima, así como la tensión arterial, con lo que la respuesta al estrés intenso y crónico será menor.