Niños, Prevención

Conductas preocupantes de mi hijo: comportamientos agresivos

Los padres a menudo temen cuando ven a sus hijos actuar agresivamente. Se preocupan de que sea un signo de una tendencia más seria. ¿Puedes saber si tu hijo será un sociópata desde pequeño?

Aunque los padres, los profesores y la sociedad, en general, suelen ocuparse por los comportamientos agresivos de sus miembros, es importante señalar que un comportamiento agresivo, normalmente fruto de una expresión de rabia o enfado, procede de una emoción negativa que está más cerca del equilibrio o de las emociones positivas que los comportamientos depresivos.

La razón de que la sociedad se preocupe por los comportamientos agresivos más que por los depresivos, es que, aunque sean más positivos para el individuo, afectan más a las personas del entorno. De ahí la mayor reacción.

Muchas veces, no prestar atención a este tipo de comportamientos, los minimiza. Puede que con ellos los pequeños estén buscando simplemente llamar la atención.

Evitar prestarles demasiada atención, no implica no realizar un seguimiento, pero la intervención puede generar más agresividad. Es más importante, determinar las causas, y ayudarles a superarlas o combatirlas. Por ejemplo, temperamentos explosivos y dificultades para controlarlos, enfados, resentimientos, o desafíos (cuando los menores no tienen claro cuál es su sitio o han sido objeto de conductas más o menos vejatorias o interpretado que lo han sido).

Muchas veces la vergüenza, como señala la académica y escritora estadounidense Brene Brrown, puede ser el desencadenante de conductas agresivas. Y la forma de enfrentarla es ayudando a los niños a superarla. Si los niños son conscientes de su verdadera valía, no prestarán mucha atención a las palabras o conductas, más o menos injuriosas, de otros niños o de los adultos.

¿Cuándo es necesaria la intervención?

Desde luego, hay muchos tipos de comportamientos agresivos, y, en algunas ocasiones, la intervención es necesaria por el bien de las víctimas de la agresividad. Pero, debe tenerse en cuenta, que los comportamientos agresivos no suelen ser gratuitos, sino que tienen una causa. De modo que si se evita la causa, o ésta deja de producir efecto, el comportamiento agresivo tiende a desaparecer.

agresividad niños

En cualquier caso, los comportamientos negativos suelen reflejar la existencia de un problema en el niño, y ocasionan un problema en el entorno. Por ello, cuanto antes demos con la causa y la superemos, habrá menos riesgo de que el comportamiento negativo adquiera mayor gravedad.

La agresividad se manifiesta de diversas maneras. Puede ser física o verbal. La física puede abarcar desde pellizcos, golpes o puñetazos a arrojar objetos, romper cosas, gritar y patalear.

La verbal, puede implicar reírse de otros niños, burlarse de ellos o amenazarles.

Los “bullies” suelen ser en realidad niños inseguros, incluso acobardados, que adoptan esta fachada exterior de superioridad como forma de defensa o compensación.

El trabajo sobre la autoestima, la de verdad, no la careta, tanto de los “bullies”, como de sus víctimas, suele tener como consecuencia la no necesidad de comportamientos agresivos en los primeros, y evitar que comportamientos defensivos les hagan mella, en el caso de los segundos.

Las experiencias previas y los comportamientos agresivos

Además, hay que tener en cuenta que los niños, al igual que los adultos, a veces reaccionan sobre la base de patrones cerebrales establecidos por experiencias previas. Es decir, que las reacciones, no solo se deben a lo que tenemos delante, sino a otras experiencias pasadas también. En realidad, se deben sobre todo a experiencias pasadas. Por ello, si se ha sufrido algún trauma, puede desencadenarse una respuesta defensiva, agresiva, cuando se activa un determinado patrón cerebral.

En estos casos, el trabajo consiste en superar el trauma para evitar que se siga desencadenando el mismo tipo de respuesta.

Otras veces, la agresividad puede desencadenarse por la confusión o por no saber cómo proceder, por falta de modelos de conducta, falta de estrategias para afrontar determinados problemas, problemas de los padres, estilos de enseñanza no eficaces, inestabilidad, conflictos familiares e incluso daños de carácter neurológico.

En cualquier caso, cada niño es un mundo, y es preciso conocer el caso concreto para poder dar orientaciones más específicas.